El Festival Digital de Toulouse Lautrec tuvo lugar el viernes 23 y sábado 24 de septiembre. En los dos días se convocaron estudiantes, empresas tecnológicas y de animación, disertantes locales e invitados internacionales.
A quien escribe le tocó el honor de ser uno de estos últimos. El primer día del festival fue la charla, de una hora de duración, sobre un tema apasionante: gamification. Es decir, el uso de metodologías de diseño de juegos en actividades que no lo son, como los negocios, la salud y la educación. La propuesta de Escuela de Game Design implica la inserción de una estructura lúdica en la actividad que se pretende gamificar.
El segundo día había drones revoloteando, muestras de diseño, robótica, impresión 3D, UX, narrativa para cómics, música y varias actividades, entre estas el taller sobre gamification, de cuatro horas de duración, en el que un grupo de 20 estudiantes trabajaron en varios proyectos teóricos que en algunos casos podrán tener continuidad como trabajos prácticos asistidos por los profesores de la institución, que también estuvieron presentes.
Los proyectos fueron variados: facilitar el transporte público (uno de los inconvenientes de toda gran ciudad como Lima), aprender sobre finanzas personales (un faltante grave de la educación global), impulsar la competencia amigable entre grupos de alumnos de Toulouse Lautrec, volver estimulantes sus clases en video, e impulsar la actividad deportiva y los recorridos turísticos.
Agradecemos muchísimo a la dirección de Toulouse Lautrec, a los profesores y coordinadores y a los estudiantes. Fueron dos excelentes jornadas, donde se vio un enorme entusiasmo de los participantes y, sobre todo, muchísima creatividad y trabajo en equipo.
Volvimos a Buenos Aires más que contentos. No sólo fue una experiencia enriquecedora para todos, también aprovechamos para conocer Lima, una ciudad que sorprende por su amplitud de avenidas, edificios y construcciones modernas.
En la zona céntrica visitamos los lugares historicos como la Iglesia de San Francisco y sus catacumbas, y en el distrito de Miraflores se nos cayó la mandíbula al suelo ante una majestuosa vista del océano Pacífico.
Nos faltaron muchos lugares por recorrer, así que prometimos volver.
Lo que más nos maravilló, de todos modos, fue la amabilidad de la gente, siempre dispuesta a cooperar. Ni hablar de los profesores y amigos de TL -gracias, Hilble, David y Felipe– que llevaron a este servidor a través de un tour gastronómico absolutamente épico. Cada bocado en Perú es una explosión de sabores distintos y de una intensidad increíble, de allí que el país tenga fama como la mejor cocina del mundo.
Comimos lomo salteado, tacu tacu, ceviche y jalea de mariscos, todo acompañado de una de las bebidas nacionales favoritas, la chicha morada; también fuimos a un chifa (un restaurante chino-peruano) y tomamos dos “gorditas” de Inka Cola (“¡Medio litro GIGANTE!”). El resultado: por poco nos cobran sobrepeso al aterrizar en Buenos Aires.
El dato simpático: en la zona de volcanes abundan los Charmanders.
