ficción lúdica

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1895

Coney Island

Amusement Parks

En los suburbios de la ciudad de Nueva York, al sur de Brooklyn, hay una isla con unas hermosas y ventosas playas sobre el océano. Cada vez vive más gente en la ciudad y, durante las primaveras y los calores sofocantes de los veranos, Coney Island recibe a miles de excursionistas que buscan el mar abierto.

Al principio, las familias más acomodadas se instalan en sus hoteles veraniegos y balnearios. Para los años ochenta del siglo, hay construidos tres hipódromos, que convierten a Coney en un punto de peregrinación de «burreros» de toda calaña. Como siempre ocurre en este siglo vertiginoso y alocado, pronto el margen occidental de la isla se puebla de chusma neoyorkina ávida de placeres que van contra todo decoro: garitos, salones de baile y espectáculos. Juego, prostitución y disturbios hacen huir a las muy puritanas familias hacia lugares más recoletos.

Para fines de siglo, Coney Island ya es un paseo obligado en la temporada de buen clima. Las autoridades comunales hacen esfuerzos para torcer la mala fama de la isla y atraer a las clases medias con un toque belle époque. Construyen puentes para comunicarla por transporte terrestre, diseñan paseos costeros y a lo largo de la playa surgen «roller coasters», circos con sus carpas en punta, atracciones de feria. La afluencia de público es tal que unos cuantos visionarios con olfato para los negocios invierten y edifican grandes parques de recreación cerrados: se cobra entrada.

En 1895, se inaugura el primer parque cerrado de la isla, el Sea Lion Park, que ofrece espectáculos acuáticos con lobos marinos. Entre sus muchas atracciones está Flip Flap Railway, una montaña rusa un poco floja en cuanto a sistemas de seguridad, con un rulo que cae desde veinte metros. Al alzar la vista aún puede verse el imponente Elephantine Colossus, un hotel de siete pisos y treinta y un habitaciones en forma de paquidermo; funciona desde hace diez años, mezcla de paseo, tienda, salón y burdel. Un año después es devorado por el fuego.

En 1897, abre sus portones uno de los grandes amusement parks de Coney Island, el Steeplechase Park. Apenas inicia el nuevo siglo, en 1903, se suma el Luna Park, que se levanta en el mismo predio donde antes estaba el Sea Lion y, un año más tarde, en 1904, inaugura el otro clásico de la zona, Dreamland.

Los tres parques sufren incendios, algo habitual, ya que todo se construye con madera y materiales inflamables y los vientos atlánticos son un escándalo. El desastre de Dreamland es en 1911 y es tan pesadillesco que cierra sus puertas. Al Luna Park las llamas le tocan en 1944 y baja la persiana poco después. El Steeplechase también se chamusca lindo en 1907 pero su dueño, tenaz, lo reinaugura hacia 1908: sigue siendo un buen negocio. Cierra sus puertas en 1964, cansado de adaptarse a los cambios y reinventarse cada década.

Muchas de las maquinarias más maravillosas de Coney Island se inspiran o directamente son adquiridas en las exposiciones universales, enormes ferias que desde mediados del siglo XIX celebran los avances tecnológicos, industriales y culturales de las naciones. La Ferris Wheel del Steeplechase es copia de una expuesta en la World’s Columbian Exposition de Chicago en 1893. El Parachute Drop se compra en la Feria Mundial de Nueva York en 1939; la Electric Tower y la atracción A Trip To The Moon del Luna Park, en la Exposición Panamericana de Buffalo de 1901. La tecnología aplicada a la diversión convive con construcciones a escala de fantasías orientales, reproducciones del Big Ben londinense, canales venecianos, un paisaje alpino o la tierra de Liliput.

 


Marvin Clock

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