ficción lúdica

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1777

París

Pequeño pero adecuado

Marie-Antoinette tiene apenas veintidós años y hace ocho que está casada con el rey de Francia. Adaptarse a la corte le costó no pocas lágrimas. Versalles es tremendamente hostil para una extranjera, por muy azul que sea su estirpe. Sabe que no es una lumbrera en cuestiones de Estado, pero intenta aprender y tomar sus propias decisiones. A esta altura ha hecho grandes progresos: es una hermosa y joven reina, a la que adjudican inabarcables amoríos y critican sus pelucas o el costo de sus collares. Le endilgan frases que no dijo y la responsabilizan por desaciertos de gobierno. Los buenos franceses odian a su reina austríaca.

Pero a estos sinsabores Marie-Antoinette los modera con la compañía de sus favoritos, entre ellos el conde d’Artois, hermano menor de su Luis. D’Artois es todo lo galante, conversador y achispado que no es el rey.

El conde acaba de comprar una propiedad en el Bois de Boulogne, en las afueras de París, con un pequeño pabellón de caza. Pero, para los estándares versallescos, así como está es muy poca cosa. D’Artois promete a Luis y a su cuñada una fiesta en su honor apenas finalice la reforma.

La vida en la corte a veces se torna aburrida y queda demasiado tiempo libre entre una intriga y la siguiente. Entretener a todo el antiguo y apolillado régimen no es tarea sencilla. Versalles parece un cuartel, con su ejército de músicos, bailarines, cómicos, filósofos, poetas, sastres, chefs, camareros, jardineros, pintores, mayordomos, decoradores, valets, artistas y artesanos, toda una comparsa de plebeyos que observan los pasos de minué de los nobles confinados, entre jardines geométricos, oropeles y telas de damasco.

Marie-Antoinette, como quien se sacude el tedio, desafía a d’Artois a inaugurar su château en menos de noventa días. Aquel acepta, gustoso de tener un nuevo pasatiempo. Contrata a Bélanger, el arquitecto de moda, y juntos piensan en algo pequeño y cómodo, pero coquetísimo. Un refugio donde rendir culto al amor y sus placeres, lejos de la pompa y el aparato de la corte.

En sesenta y tres días está terminado. Para esto hace falta desembolsar tres millones de libras, contratar a novecientos trabajadores y decomisar materiales en los caminos de Francia. «La folie d’Artois» es una exquisita construcción neoclásica rodeada de jardines de desordenado estilo inglés con algunas pinceladas orientales, ninfas de mármol correteando entre los rosales y templetes tipo pagoda japonesa.

A este chiche costoso lo llaman entre risas Château de Bagatelle y en el pórtico principal en letras doradas reza en latín «Parva sed apta». 

La fiesta para Luis XVI y la reina se realiza en la primavera. Los arpistas acompañan el canto de los poetas, los invitados parlotean ocultos por antifaces, los amantes se pierden en los jardines. El champagne aligera el acartonamiento que es costumbre y los mesurados mohines cortesanos se transforman en muecas brutales. La noche es larga hasta el amanecer y hay que distraer a la masa bullanguera. Para pasar el rato no falta el croquet, los bolos y el trou madame.

D’Artois tiene preparada una sorpresa para la pareja real, un nuevo juego de interior por si llegara a llover, variante de todos los otros. Es una mesa de buena madera con cierta inclinación. Uno de sus extremos es semicircular. En la superficie revestida de paño hay una serie de pequeños hoyos dispuestos en círculo, acompañando la curva del mueble. Sus bordes están elevados para que no escapen las pelotitas de marfil. Unos tacos largos de madera en forma de varas permiten empujar los pequeños balones. Se empuñan desde el extremo recto de la mesa. Las pelotitas deben ingresar en los hoyos. Y cada hoyo tiene un puntaje.

El juego causa alboroto en la fiesta y se forman filas interminables. Todos quieren estar al tanto de la nueva frivolidad. Les dará tema de conversación al menos una semana. Pronto perderán el interés, pero están seguros que algún ingenio ya se encargará de ofrecer la próxima novedad.

Mientras la noblesse se extingue cómodamente, para el mundo ha nacido la bagatelle.

 


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