1580
Florencia
Il gioco dell’oca
Francesco de’ Medici, que ostenta el título de Granduca di Toscana, quiere agasajar al poderoso Felipe II de España, en cuyos dominios nunca se pone el sol. Encarga a un maestro artesano florentino un objeto de bella y perfecta factura que entretenga y satisfaga al monarca.
Francesco le envía a Felipe un juego inspirado, tal vez, en el Shing Kunt t’o que se juega en la remota China, o en la Tabla de Cebes. Cebes pudo haber sido un filósofo tebano discípulo de Sócrates del siglo de oro ateniense, o un romano del siglo I que redactó la tabla en griego. En esa tabla, Cebes representa la vida como un largo viaje y al hombre como un peregrino que debe afrontar una serie de dificultades que se le presentan en el camino. Este «homo viator» tendrá por delante esfuerzos físicos y espirituales; se creerá afortunado cuando la suerte lo acompañe y luego sufrirá el desengaño cuando todo comience a salirle mal. Superar las pruebas, perseverar, purificarse, madurar y ser más sabio; estas cosas lo llevarán a la iluminación y la recompensa, que es el fin del viaje y el gozo eterno.
El juego de la oca hace las delicias del taciturno Felipe y rápidamente es moda entre sus cortesanos, que lo adoptan, algunos por verdadero placer, otros por obsecuencia.
El recorrido del tablero va en espiral y, como todo camino interno, es de afuera hacia el centro, subiendo una montaña. Sus casilleros pueden tener un laberinto, un pozo o la muerte misma, con sus ojos huecos; son los escollos de la travesía. O pueden tener un puente o amables y blancas ocas, las cuales facilitan el camino. Un golpe de dados es lo único que determina el avance.
El azar reina en este juego, así como reina en la vida. Y el jugador-peregrino es una hoja al viento que acepta su destino con estoicismo.