ficción lúdica

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49 a.C.

Orillas del Rubicón, norte de Italia

Alea iacta est

Es una noche helada de invierno. Cayo Julio César está con sus legiones en la vera norte del Rubicón. Da gracia que un hilito de agua tan angosto, que se cruza de una zancada, sea el límite que separa Roma de las Galias. Julio César viene de allá, de conquistarlas.

Tiene problemas con el poder central, especialmente con Pompeyo, ahora aliado a los optimates. Hace unos días recibió correspondencia del Senado con la orden de no regresar a la capital con sus tropas. Le temen porque tiene el favor del pueblo y vuelve coronado con los laureles de sus victorias.

En el campamento siempre hay dados. Y los momentos de calma, como el de esta noche, son propicios para jugar y hacer apuestas sin levantar mucho la perdiz. Sus hombres antes que militares son romanos y es conocida la afición de estos por forzar el destino.

Julio César también es romano y, reunido con su gente de confianza, lanza los tres pequeños cubos de marfil. Está buscando indicios de los dioses, que le digan si acatar la orden o desobedecerla. Busca respuestas en cada tirada. En la última ronda, revuelve bien el cubilete y arroja. Sale la mejor suerte para un guerrero como él, la suerte de Venus.

Apura su cuenco de vino. Se levanta y da las órdenes.

A la medianoche, cuando termina el 11 de enero y empieza el 12, cruza con su enorme ejército el Rubicón. 

 


Marvin Clock

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