1878
Londres
El círculo mágico
Como si fuera fácil frenar el torbellino de sucesivas revoluciones políticas, científicas y económicas. Como si fuera posible que las imágenes dejaran de moverse, Como si fuera deseable estar en otro lado distinto a una ciudad donde ocurren las cosas que merecen ser vistas.
La vida no siempre es cómoda en la distinguida Londres, en especial si toca estar catorce horas detrás de una máquina, o cubiertos de hollín paleando carbón, o ser uno de los miles de Oliver Twist que deambulan escurriéndose entre las calles para no ser «institucionalizados» por el Servicio Social, o temiendo que el último amante sea un lord Destripador. No todos cuentan con ventajas en esta brumosa ciudad. Algo parecido ocurre en París, donde cada tantos años se les ocurre andar con revueltas, armar trincheras por sus callecitas, encender fuegos, desacomodar la ciudad y perturbar la paz, como si no hubieran tenido ya bastante con su famosa Revolución. En todos lados ocurre algo parecido. Tal vez sea cierto eso que dicen del fantasma que anda dando vueltas. Aun así, las ciudades se convierten en un gran gabinete de curiosidades expuestas en amplias vidrieras de coquetas tiendas, en los parques de atracciones, en las grandes exposiciones científicas. Gentes exquisitas, gentes ordinarias, flâneurs empachándose de vida moderna, infantes, obreros, rentistas, lavanderas, profesionales, magnates, enamorados; todos comparten la voracidad por lo nuevo. Y lo nuevo inexorablemente se mueve, produce vértigo, embriaga. La rueda se pone en marcha, comienza a girar, a acelerarse y a multiplicar la cantidad de imágenes, cientos y miles de imágenes nuevas, reproductibles, impresas, inundan la vida cotidiana. Cientos de miles de imágenes nuevas que cobran vida, describen un movimiento, agasajan la retina. Lo que antes permanecía fijo, ahora fluye.
El niño privilegiado, bien criado y rozagante, tiene la habitación más grande y luminosa de la casa, donde duerme rodeado de juguetes. Cada vez los hacen más lindos. En una mesita cercana a la ventana, apoya sus tesoros más preciados. Todos tienen forma circular: la cajita de taumatropos, sus dos caleidoscopios y el praxinoscopio que su padre le trajo la última Navidad.