1870
Europa
Juguetes ópticos
Los científicos demuestran interés en la cuestión de la percepción visual, sobre todo de los fenómenos ópticos. Se preguntan cómo es el proceso de la mirada, qué vemos y cómo vemos.
Les fascina el tema de la persistencia retiniana, es decir, la sensación de que aún vemos una imagen que ya desapareció. ¿Se trata de una Ilusión Óptica, como se considera hasta el momento, o es una Verdad Óptica?
Concluyen que la visión es un proceso interno del sujeto, que, si bien está relacionado a estímulos externos, conserva una cierta autonomía. Autonomía tiene que ver con el tiempo: la percepción visual no es instantánea. Entre el referente externo y el ojo humano, además de distancia espacial, hay distancia temporal (fracciones de segundos).
Para llevar a cabo sus investigaciones, inventan técnicas y dispositivos de observación que rápidamente abandonan el ámbito del laboratorio y se comercializan al público, ávido de novedades. Los juguetes ópticos terminan siendo un entretenimiento popular: taumatropo, fenakistiscopio, estroboscopio, zootropo, caleidoscopio; todos tienen en común que producen la ilusión del movimiento. Generan una sucesión de imágenes que, a velocidad, el ojo percibe como continuas.
El taumatropo sale a la venta en las tiendas de Londres en 1825 con el nombre más atractivo de Wonder-Turner. Su creador es John Paris, y con ese dispositivo sencillísimo determina que la imagen permanece al menos una octava de segundo en la mente, tiempo suficiente para permitirnos ver al canario dentro de su jaula al girar el taumatropo tirando de los cordeles. En una primorosa cajita circular viene un kit de cartones, cada uno con dos orificios para los hilos y con dibujos impresos de un lado y otro, que luego compondrán la escena final en la mente del observador.
Entre 1829 y fines de los ochentas, aparecen en las vidrieras de las grandes ciudades europeas y norteamericanas una seguidilla de juguetes que aplican el mismo principio. El fenakistiscopio o «vista engañosa» inventado por Joseph Plateau en 1830, el estroboscopio de Simon von Stampfer de 1834, el fantascopio del Dr. Lake, el zootropo o «rueda de la vida» de William G. Horner, el praxinoscopio de Émile Reynaud, el zoopraxiscopio de Eadweard Muybridge, y tantos otros «copios» más. La sensación es alucinatoria, ya que, al accionar los dispositivos y situarse en el punto de observación, se recrea una pequeña secuencia animada: saltimbanquis haciendo piruetas, caballos al galope, parejas a paso de vals y cientos de fantasías más en todos los colores.
El caleidoscopio, si bien anterior, también forma parte del universo recreativo de la época. Sir David Brewster lo idea en 1815, estudiando la obtención de imágenes de forma «mecánica». El tubo cilíndrico se toma como si fuese un telescopio, pero en lugar de objetos aumentados se ven imágenes fractales generadas al rotarse, gracias a un prisma triangular de espejos en su interior que reflejan y multiplican fragmentos de pequeñas piezas de colores translúcidos. Es el juguete más popular, récord en ventas acaso por su magia y belleza.
Mientras tanto, Louis Daguerre rediseña el viejo panorama pintado estático de 1790. A inicios de los años 1820, lo transforma en el diorama, circular, donde el observador se halla sobre una plataforma móvil que hace que cambie de perspectiva y participe de una experiencia visual inmersiva.
Si bien la invención de la fotografía discurre por otros canales, y la producción de su imagen está emparentada a un modo de visión más antiguo (la cámara oscura, la perspectiva renacentista, el punto de vista monocular), casi al mismo tiempo y alrededor de su fenómeno, surge otro dispositivo que tiene gran difusión: el estereoscopio. Brewster y Charles Wheatstone investigan la manera de proceder del ojo. Cada cual percibe una imagen, por lo que una persona usando ambos ojos recibe, al mirar, el estímulo de dos imágenes distintas que tendrá que unificar con coherencia, en fracción de segundos, porque como sabemos la visión ocurre en el tiempo.
El estereoscopio en sus diversos modelos (el de Wheatstone, el de Brewster, el visor Holmes, los anteojos Claude, las stereo-cards, entre otros) reproduce dos imágenes iguales a una distancia entre sí similar a la que tienen los ojos. De esa forma, el observador obtiene una imagen con ilusión de tridimensionalidad. Con el tiempo, el estereoscopio irá cayendo en desuso y las stereo-cards, las más consumidas, quedarán muy asociadas a la circulación de fotografías pornográficas.
Los juguetes ópticos preparan y entrenan al público a una nueva manera de mirar, donde el movimiento y la velocidad forman parte de la experiencia. El cambio de mentalidad que esto produce impactará sobre las formas de recepción de las imágenes en los próximos siglos.
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