1549
Puerto de Kagoshima, Kyushu
Misionero
El santo español Francisco Javier, que no será santo hasta que bese algunas úlceras y haga algunos milagros, escala en Japón con la misión de evangelizar las islas enviado por el rey de Portugal y la Sociedad de Jesús. En los bolsos y baúles trae frascos y frasquitos, libros y libritos. No falta algún licor de Borneo ni la antigua baraja de Ombre, que ya le gustaba jugar desde los franceses tiempos en la universidad, cuando compartía habitación con Ignacio de Loyola, otro futuro santo.
El voto de pobreza le impide a Francisco apostar a las cartas, pero no duda en usarlas para amansar a los japoneses, que sin excepción desconfían de los viajeros que llegan a puerto sin hacer las reverencias de estilo. La baraja es vieja y está carcomida por la sal de los mares por donde pasó, pero llama la atención. Tiene figuras que recuerdan las escenas del suplicio del Cristo, los muertos revividos y los enfermos sanados. El misionero arma rondas cada vez más adentro del pueblo y traga a carcajadas las bebidas tradicionales, listo para crucificar a los dioses japoneses. Así es como los juegos de cartas llegan a este país.