1380
Europa
Tarot
Así, como quien no quiere la cosa, van llegando, de a poco. En una caravana de gitanos. En el equipaje de una partida de cruzados que vuelve del Cercano Oriente. Tal vez atraviesan algún límite impreciso entre Al-Ándalus y los dominios de Castilla. O desembarcan en algún puerto mediterráneo. Europa es muy celosa de su cristiandad, sostenida piedra sobre piedra en las catedrales, defendida a capa y espada por sus caballeros, purificada por los tibios fuegos de las hogueras. Ratificada por concilios y bulas pontificias.
Pero el Tarot se escurre a través de sus murallas con la invisibilidad de la magia.
Son sus veintidós arcanos mayores imágenes de los sueños, de los principios solares y lunares, de los arquetipos, y de las formas de pensamiento. Veintidós naipes con enigmáticas ilustraciones: el Loco, el Juglar, la Sacerdotisa, la Emperatriz, el Emperador, el Sacerdote, los Enamorados, el Carro, la Justicia, el Ermitaño, la Fortuna, la Fuerza, el Ahorcado, la Muerte, la Templanza, el Diablo, la Torre, la Estrella, la Luna y el Sol, el Juicio y el Mundo. Veintidós, como el alfabeto hebreo.
Sus arcanos menores son cincuenta y seis, divididos en cuatro series de catorce cartas que representan estados: Basto, Espada, Copa y Oro; es decir, poder de mando, discernimiento y aplicación de justicia, sacrificio y fuerzas materiales. Van del uno al diez, más un paje, un caballero, una reina y un rey.
Hay que tener mucho ojo y mantenerlos ocultos de las autoridades religiosas porque estas nunca descansan en su lucha contra la rebeldía.
El Tarot requiere saberes profundos para descifrar las combinaciones de cartas que, elegidas al azar, revelan un destino escrito en la eternidad. Las cartas hacen su magia, el Intérprete adivina y el Consultante se reconoce en esos extraños dibujos como si se mirara en un espejo.
En alguna taberna sevillana, tras una noche de borrachera, un adivino pierde parte de su mazo, y los arcanos menores caen en manos de un grupo de soldados juerguistas que le encuentran otros usos.
