ficción lúdica

186

1983

Buenos Aires

Figurita 66

La mamá no la deja comprar figuritas, le dice que es un negocio para que estés comprando todo el tiempo. Pasan Para Nosotras y Sarah Kay, pero ella es la única de sus compañeras que no anda en los recreos con el álbum bajo el brazo. Pero la tentación es grande, porque cuando lanzan una nueva serie para coleccionar se aparecen por la escuela unos señores simpatiquísimos repartiendo gratis álbumes vacíos y un sobrecito con cinco figuras para empezar a pegar.

Esa tarde, son los de Frutillitas. Todas las nenas se vuelven a casa con un nuevo reclamo. Para colmo el paquete rosa con puntitos y reborde blanco de las estampitas ¡está perfumado!

Eso la decide a desacatar la norma familiar. No necesita pedirles nada, porque los padres desde hace un tiempo le dan una mensualidad para sus gastos; eso le evita la humillación del ruego y la inaceptable negativa.

Durante varias semanas al volver de la escuela pasa por el kiosko a buscar su paquetito perfumado. El aroma a chicle de frutilla le choca en la cara cada vez que lo abre. Y le provoca una sonrisa.

Al principio hacer un rulito con la plasticola detrás de la figurita y pegarla en el casillero en blanco correspondiente es cosa de todos los días. Otra opción, la más divertida, es intercambiar figuras con las compañeras de escuela. El bolsillo del guardapolvo blanco se va abultando cada vez más. Algunas figuras son más difíciles de encontrar y hay que saber negociar. Una difícil puede costar dos o tres, incluso más, dependiendo del grado de necesidad de la demandante y del grado de inescrupulosidad de la oferente.

Cuando las amigas ven a otra desesperarse por una figurita inhallable, suelen solidarizarse; en conjunto realizan un verdadero trabajo de campo en el patio de los recreos y le marcan con el dedo quién es la que la tiene.

Para acumular figuras, que luego servirán como capital de negociación, además de invertir en el kiosko, se hacen duelos de «chupi». Cada duelista se juega tres figuritas que se ponen en el suelo boca abajo. Hay que ahuecar la mano haciendo un efecto de sopapa para darla vuelta y ganarla. Otra táctica, más tramposa, es humedecerse la mano con la lengua sin ser vista para que la figura se pegue a la palma y lograr/rogar que luego caiga en la posición correcta.

Los días pasan y tiene el álbum casi lleno. Consulta en una de las últimas páginas donde está el «computador de figuritas», una tabla con 171 números para ir controlando cuáles faltan. Casi lleno. Y la 66 que no aparece por ningún lado.

El kiosquero ya le avisó que no traen más los sobrecitos de Frutillitas y tampoco hay chicas con quienes intercambiar en los recreos. Todas tienen su espléndido álbum ilustrado con los más hermosos y aromáticos personajes del País de Frutillitas. La magia había terminado.

Pasa las láminas repletas de colores y paisajes de repostería. Ahí están Frutillitas, el Pastelero cruel, Ciruelito, Cerecita, Frambuesita, Merengue, Uva Agria, el caballo Rabanitos, el topo Guacamole, Damasco y Lima Limón. La 65 y la 66 arman una imagen más grande. A la izquierda, se la ve a Grosellita, labios sonrientes, que abre los brazos. A la derecha, una nada vacía. Y abajo, un epígrafe que exclama: «¡Qué linda sorpresa para Grosellita!»

Primero es el desencanto. Luego, redactar la carta solicitando la figurita faltante, ensobrarla, colocar un billete y escribir la dirección de destino:

Sres. Cromy Club
Alsina 1290 8vo piso B
Capital Federal

Allí queda meses, en un cajón del escritorio de su habitación. Hasta que, necesitada de dinero, rasga el sobre y recupera el billete. 

Al final, mamá tenía razón.

 


Marvin Clock

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