ficción lúdica

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Roma

El juego de los ladrones

Conocida es la compulsión de los romanos hacia el juego. Son capaces de apostar a la suerte hasta la propia madre. Los soldados pierden gran parte de su paga en cada alto en el camino y en las tabernas todas las noches hay quien gana y quien pierde. Las trifulcas son moneda corriente con su saldo de contusos y acuchillados. Por eso, las autoridades prohíben los juegos de azar y sólo los permiten durante las fiestas saturnales, que son días en lo que todo vale.

Pero apenas si se cumple la ley.

En Roma el que se aburre es porque quiere. Además de los espectáculos del circo y los gladiadores, se juega fuerte a las tesserae, que es como llaman a los dados de seis caras. Y a los tali, un juego de dados para gente rústica, porque en su lugar se usan «tabas» que son los astrágalos o nudillos del cordero.

El abanico de opciones incluye a los Terni lapilli, los Calculi, la Tabula. Uno de los favoritos es el Ludus Latrunculorum o Latrunculi, que en latín significa algo como «el juego de los ladrones» o «el juego de los mercenarios». Así piensan en la Ciudad Eterna de sus soldados.

Pero numerosas ánforas griegas dan testimonio en sus dibujos de que Áyax y Aquiles pasaban horas durante el largo sitio a Troya frente a un tablero de Petteia, un juego casi idéntico al Latrunculi.

Los guijarros que usan de fichas se mueven por el tablero de forma ortogonal. Hay que capturar al enemigo haciendo una encerrona por dos costados. Igual que hacen los salteadores de caminos.

 


Marvin Clock

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