1966
Tokio
Ultraman
Bocas en O ponen los niños japoneses cuando ven levantarse entre humos y chispazos a este gigantesco humanoide que pelea por el bien de la humanidad. Se llama Ultraman, nombre que viene de la dificultad Ultra-C de los Juegos Olímpicos, lo máximo que puede dar un atleta. El gigante es altísimo. La cabeza vagamente recuerda a un pez. Piel plateada, traje rojo; flaco esquelético del tamaño de un edificio. Los ojos sin pupilas brillan como linternas. Puede tirar rayos azules con las manos, siempre a último momento, y saltar hasta las nubes para caer a continuación sobre el monstruo de turno.
Esto es mientras tenga energía solar. Cuando se va quedando sin pilas, el faro del torso enciende una alarma que se acelera, y así la tensión de la audiencia es máxima. Golpe tras golpe, Ultraman, defensor de la Tierra, pelea hasta las últimas consecuencias; después desaparece de un salto, y reaparece el capitán Shin Hayata, hombre bravo de la Patrulla de la Ciencia, dedicada a la cacería de los tozudos monstruos extraterrestres que perseveran en pisotear y quemar Tokio. Ultraman y Hayata son uno solo, por cuestiones que no vienen al caso. Las series de efectos especiales –tokusatsu– hacen furor en la televisión japonesa, y más cuando involucran bichos inmensos como el fabuloso reptil Godzilla o la colosal Gameda, tortuga prehistórica. Pero Ultraman tiene un no sé qué. Este año es el mayor éxito de la televisión en colores.