ficción lúdica

66

1930

Nagoya

Tablas y bolitas

A los niños japoneses no les está permitido jugar en las mesas de billar, que de repente surgen como por arte de magia en todo el país. Pero pueden fabricar imitaciones de las bagatelles que llegaron años atrás en los barcos europeos, y eso hacen, a veces a escondidas de los mayores. Ponen una tabla inclinada, hacen unos agujeritos, clavan unos clavitos, buscan piedras y conchas lo más redondas posible, y por gracia de la gravedad pasan la tarde dele acumular puntos, que cuentan de memoria.

Después crecen y la tabla crece con ellos. Un día está bien vertical, con una tapa de vidrio, las bolitas de madera saltan al interior impulsadas por un resorte, y van cayendo por montones con un ruido atronador. Algunas rebotan y otras, pocas, entran por un hueco y se amontonan en un compartimento especial. Al rato hay recuento de bolitas y el que más tiene se lleva las bolitas de los otros competidores. Jóvenes y tablas, que ahora sería mejor llamar máquinas, siguen creciendo y cambiando; los agujeros conducen a varios contenedores de distinto puntaje, la precisión del tiro depende de la tensión del resorte, y como una cosa lleva a la otra, se arman apuestas por dinero y así aumenta la adrenalina. En plena Segunda Guerra Mundial son cada vez más vistosas y las nombran: Pachinko.

 


Marvin Clock

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