1942
Nueva York
Fiorello La Guardia
Las máquinas de pinball son un éxito en todos los bares, cafeterías, heladerías, gasolineras y estaciones de autobús de los Estados Unidos, pero hacen perder el dinero de sus almuerzos a los estudiantes de primaria, afirma el alcalde republicano Fiorello Enrico La Guardia, que desde su metro cincuenta y siete –le dicen pequeña flor– dirige Nueva York con puño firme y no escucha a nadie fuera de sí mismo.
Electo y reelecto gruñe que ve máquinas de azar y de apuestas, iguales a las veinticinco mil tragaperras que hizo quemar años atrás para darle un dolor de cabeza al mafioso Frank Costello, primer ministro del bajo mundo. Le replican que los pinballs no son cosas de suerte sino de habilidad, y tratan de entrarlo en razón con una demostración pública de la Bally Bumper, que desde 1936 viene rebotando con fuerza las pequeñas bolas de acero. Pero La Guardia manda a la policía a confiscar todas las máquinas de pinball, romperlas a mazazos y tirarlas al East River, y con las manos cruzadas sobre la barriga las mira hundirse en las aguas oscuras, apenas despedidas por el flash de los periodistas. Una tonelada y media de bolas de acero es donada al ejército para que haga su guerra.