1933
Los Ángeles
Contact
Pacific Amusements se llama la compañía de Harry Williams, estudioso de la historia y ludópata confeso. El buen Harry tiene recuerdos vívidos de una infancia llena de juguetes de madera que había al principio del siglo, aunque los que más le gustaban eran los juegos «para mayores». Una época de grandes progresos. Estaba la bagatelle de Haydon and Urry, y la famosa Log Cabin de los hermanos Caille, entre un montón de mesas increíbles que ponían a prueba la suerte, y si se sabía hacer, también la habilidad.
Recuerda la Whiffle y una medio parecida, la Whopee Game, que tenía una tapa de vidrio para evitar que las bolas saltaran por todos lados. Esas mesas, según le parece, eran las primeras, o por lo menos las más modernas. Ohio siempre había tenido montones de bagatelles. También se acuerda con especial asombro de la Harry Red, traída de Salem, que tenía luces eléctricas de colores, una cosa increíble que echaba chispas a cada rato y había que esperar una semana hasta el arreglo. La Harry Red había desaparecido en un incendio, posiblemente iniciado por ella misma. Luego el entusiasmo por las bagatelles había decaído, aunque Harry conservaba las ganas de meterse en el negocio de fabricarlas, no ya de jugarlas. Y desde un par de años a esta parte, otros parecían sentir el mismo interés. En particular, la Wiffle de Automatic Industries daba que hablar. También la Bingo de Nate Robin y Al Rest, de moderado éxito de todos los bares de Ohio y Pennsylvania, se había convertido en un suceso de ventas luego de que Dave Gottlieb la comprara para mejorarla un poco y la lanzara en Chicago como la Baffle Ball. Se decía que Gottlieb había vendido más de cincuenta mil. El negocio crecía. Cada año entraban nuevos actores en escena. Ray Moloney había dejado atrás el clásico verde o marrón de las mesas –recuerdo del césped de los primeros juegos de croquet, o algo así– por un diseño colorido, mucho más atractivo. Y como buen caradura, había nombrado su mesa como la revista más popular de la época, Ballyhoo!. ¡Cada vez que salía la revista, todos hablaban de la mesa de Moloney, bendito idiota, era un genio! Y en seguida apareció David Rockola, que ya reinaba en el negocio de las jukeboxes, sorprendiendo a todos con la Rock-Ola Juggle Ball, una mesa con un nuevo mecanismo que proporcionaba mayor control en la trayectoria de las bolas. Tenía un simple mango deslizante en el medio para desviarlas hacia los agujeros de puntaje. Era un pequeño cambio en la mesa, pero uno importante en la forma de jugar, porque la acercaba más a un juego de habilidad que al azar. Muy astuto, Rockola.
Sin duda, había grandes competidores y todos estaban innovando con mucha rapidez.
Este año, Harry Williams, futuro padre de la mayor compañía de pinballs del mundo, toma ideas de aquí y de allá y crea una bagatelle a la que llama Contact y que lo revoluciona todo porque, a partir de entonces, las mesas que no tienen la tecnología de Williams son consideradas obsoletas. Contact es una mesa eléctrica. Incorpora selenoides –un selenoide es una bobina de alambre enrollado en espiral que genera un campo magnético cuando la atraviesa una corriente continua– para sumar «momentum» al desplazamiento de las bolas. Eso es magia a los ojos de todos. Además, desafía a la Juggle Ball con un grupo de pequeñas campanillas con timbre que producen un sonido extraordinariamente llamativo. También inventa el tilt, que paraliza la mesa cuando la mueven mucho y hace que se pierda la bola. Como golpe de gracia, Williams pone de premio una partida gratis, y ante tanta alegría deja en evidencia que lo importante no es el valor de la recompensa –veinticinco centavos cuesta una partida– sino el acto de ganarla. Y así esta mesa, que ahora es máquina, se considera ancestro del pinball.