1770
Viena
El Turco
Johann Wolfgang Ritter von Kempelen de Pázmánd es un noble húngaro consejero de la corte. Además de ser un notable ajedrecista, se divierte inventando mecanismos. Una vez construyó una cabeza parlante.
Conoce a la emperatriz María Teresa y sabe que, como él, es aficionada al ajedrez. Ante ella aprovecha para exhibir un autómata que ha construido recientemente y al que bautiza El Turco. No es como los mecanismos preciosistas que suelen circular en este siglo. Al barón von Kempelen no le interesa la verosimilitud en los movimientos ni la perfección de la apariencia física respecto a su modelo real.
El Turco, en cambio, es un gran ajedrecista. No es un cuerpo entero, apenas un torso. Está sentado, arrimado a una cabina de madera. Su cabeza está vendada por un turbante. Tiene un bigote a la moda de su tierra. Dentro de la cabina se oculta el mecanismo. Al abrirse se ven cientos de piecitas de bronce.
Su autómata es un éxito porque suele derrotar a los más geniales jugadores. Luego de años de juego en Viena, von Kempelen saca a pasear por Europa a su artificio. En el efervescente París El Turco se mide contra Benjamin Franklin y otras grandes personalidades. Y dicen que contra el mismísimo Napoléon.
Finalmente decide dejar descansar al Turco. Hay gente que sospecha del fraude y él no quiere ver rodar su cabeza. Von Kempelen no es más que un tahúr. Dentro de la cabina de madera, tras una puerta trampa se esconde un maestro ajedrecista –han pasado unos cuantos– que la opera desde adentro. Un sistema de espejos y unas piezas magnéticas bajo el tablero le permiten conocer los movimientos del oponente, mientras respira el oxígeno viciado de la caja.