ficción lúdica

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Córdoba, España

Jaque al rey

El tablero y sus treinta y dos fichas se diseminan hacia los cuatro costados del mundo como una pandemia. El galope de los caballos le marca el paso a las dos formaciones. Avanzan rápido y, en cada territorio que pisan, hacen pie. Hace tiempo que dejaron esa región de ensueños fragante de especias, cuyos dioses de múltiples brazos bailan envueltos en nubes de incienso al son del sarangui.  

En cada pueblo Chaturanga deja un amor y un mestizo. Así nacen Xiangqi, Shōgi, Makruk, Zatrikion, Chatrang, Shandraj, al llegar a China, a las islas del Japón, al extremo sudeste de Asia, a Bizancio, a Persia, a los oasis de Arabia.

Abderramán III y los sucesivos califas de Córdoba son grandes cultores del Shandraj, al que llaman Al Xadraz, porque la lengua se traba o los oídos se olvidan. Estudian con minucia a los grandes maestros que escriben sobre él, como al-Adli, su rival ar-Razi, al-Mawardi, as-Suli y su discípulo al-Lajlaj. En sus dominios conviven en relativa armonía musulmanes, judíos y cristianos. Estos últimos cruzan las fronteras del califato hacia los reinos hispanos del norte. Dentro de sus alforjas más de uno esconde un tablero con sus figuras.

En Europa el ajedrez también cambia de nombre y algunas de sus piezas y reglas de juego. Los europeos, que han visto elefantes en algunos bestiarios pintados por monjes delirantes, prefieren en su lugar un personaje más abstracto, y su al-fil (que en árabe significa «el elefante»), tendrá un bonete de obispo y mayor libertad para ir y venir en diagonal. A los soldados de a pie se les nombra peones, y pueden dar dos pasos en su primer movimiento. Y el rukh o «carro de guerra», pasa a ser la torre, tal vez por una transliteración a roca material del que están construidos los castillos. El rey se llamará rey y tendrá una corona terminada con una notable cruz. El visir o alferza, dejará de susurrar consejos en la oreja del rey; a su lado estará su dama o la reina. Como mujer que es se moverá a su entero capricho: hacia todos lados y cuanto desee. Ella derrama sex-appeal y se convierte en la pieza más importante.

Con ríos de tinta se escribe y se teoriza sobre el ajedrez, que se convierte en el juego de la nobleza ilustrada. Requiere raciocinio, capacidad de anticipación y sangre fría, virtudes que tienen los santos o los hombres sabios, como el rey Alfonso. En él no hay nada librado al azar. Quien busca un golpe de suerte –y en general lo buscan los que no la tienen– no lo encontrará entre el negro y blanco de su tablero.

 

 


Marvin Clock

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