ficción lúdica

163

1980

Buenos Aires

Fotografía

Hace buen clima. Ceci viste remera blanca de piqué con ribetes bordados y bermudas azules, su amiga Loli un vestido de viyela con florcitas. Entre las dos, camina y habla Romina, la muñeca. No es suya, aunque le gustaría que lo fuera más de lo que se atreve a confesar. En su casa prefieren los libros, las salidas al teatro, los ladrillitos y las maderitas para construir, las bandejas llenas de lápices de colores.

Romina es el nombre con el que la muñeca viene de fábrica, y su amiga lo respeta. Como ellas dos, es rubia y de ojos celestes, que se abren y cierran al acostarla e incorporarla. Camina al accionar un botón disimulado bajo el vestidito celeste a cuadros y sobre sus espaldas lleva el portento mayor: un pequeño disco de plástico translúcido que le permite hablar. Es alta para ser muñeca, casi les llega a la cintura. Tiene unos zapatitos negros que parecen de charol con la suela bien plana para que pueda deslizarse sin caer. Vaya a acordarse alguien qué dice Romina. El fabricante quiso dotarla de un don mezquino y la condena a repetirse hasta el hartazgo. La prisión del autómata, encerrado en un mismo y eterno movimiento.

Tal vez sea una muñeca española, ya que Vicma –una empresa de Alicante luego desaparecida– ofrece en su catálogo 1979-80 una Romina idéntica a la de la foto. Son años de apertura de importaciones y los hogares se llenan de juguetes venidos de los confines del mundo que desplazan a los juguetes argentinos.

Hay que reconocerle a Romina que es hermosa. Pocas muñecas de ese estilo son tan lindas, más bien están en esa frontera difusa entre la belleza y el horror. En la infancia aceptamos presencias inquietantes con naturalidad.

 


Marvin Clock

[43:163:275]

COMPARTIR