1961
Sonoba, 48 km. al noroeste de Kioto
La cueva
Al pie de la montaña de Tenji crece un espeso bosque de bambú, y en el bosque hay un castillo en ruinas. Shigeru suele explorar la zona a pie y en bicicleta desde muy pequeño, pero nunca se ha atrevido a ir más allá del delicado cauce del Komogi. La bruma acostumbra bajar por la ladera para tragarse el paisaje de un bocado.
O, a veces, el intenso cielo pierde color demasiado rápido, obligándolo a volver antes de preocupar a su padre. Pero hoy Shigeru cumple nueve años y está decidido: la aventura ya no puede esperar. Se pone el bolso al hombro y con decisión pedalea alejándose entre los árboles. Avanza con el viento por un campo de pastos largos. No hay caminos que seguir, y eso está bien, porque significa que se adentra en territorio inexplorado. Le fascina lo desconocido, la emoción inexplicable del descubrimiento.
El niño atraviesa el bosquecillo y vuelve a encontrarse varias veces con el río, porque el Komogi serpentea por toda la zona, corre junto al bambú y fluye colina abajo hasta el mar. Unos minutos más tarde, debe apearse y caminar con la bicicleta a su lado. Siente que viaja distancias inmensas, porque en la juventud el mundo es vasto. Va concentrado, imaginando que por allí viven criaturas de ensueño, las mismas que dibuja en sus libros de historietas o fabrica amorosamente con telas y cuerdas. Sus padres no pueden comprarle juguetes, pero él no los necesita. Tiene una gran colección de marionetas hechas por sí mismo, tan buenas que incluso sus amigos las prefieren. Ahora mismo lleva una a medio hacer en el bolso, junto a su inseparable libreta de notas.
Una hora después, siempre vigilante de las enormes nubes que pasan rodando sobre la isla, Shigeru realiza un descubrimiento. Ha visto piedras de Shinto esparcidas por el área, tal vez relacionadas con el castillo, que supone muy cercano pero ahora permanece oculto tras los árboles. Se mueve un poco a escondidas y porque sabe guardar respeto. Pero esto lo deja atónito. Hay un agujero entre dos túmulos, casi invisible debido a la hierba que cubre la entrada. ¡Muy extraño! Shigeru se queda un buen rato juntando coraje. A su alrededor oye un coro de trinos y el distante gorgoteo del río. Por fin acuesta la bicicleta en el suelo y gatea hasta la abertura. El sol está muy al oeste, de manera que la iluminación resulta escasa. Pero se anima y mete la cabeza. Nada, oscuridad.
—¿Hola?
—Hola.
El eco de su voz. Shigeru retrocede con los ojos como platos. ¡Es una cueva! ¿O qué? ¿Era su voz? El corazón le golpea el pecho como una advertencia. Rápido se pone de pie, recoge la bicicleta y el bolso. Mira a su alrededor. Está solo en medio de un completo silencio. Y de repente comprende que es el ocaso. La bruma estuvo bajando como una lengua dorada sobre el bosque. ¡Sus padres estarán esperándolo hace horas! ¿Pero en qué pensaba al alejarse tanto? Shigeru se apura en regresar mientras el bosque se apaga, pero ya cerca del río va sonriendo. Sabe que volverá con una lámpara y que será el mejor verano de su vida.
[110:110:114] 90